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“La vida comienza en el cuerpo”.

“La única alegría del mundo es comenzar”.


- Cesare Pavese -
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ORDENANDO MIS LIBROS (EL LIMBO DE LOS LIBROS)

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LISTA DE REPRODUCCIÓN DE VÍDEOS (según el orden del libro)








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miércoles, 18 de julio de 2012

La Luz Amarilla (IV), La Calleja -II-

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La Luz Amarilla, IV

"La Calleja"

-II-












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Cobre, alto, con cuerdas y con más cuerdas.
Alto, cobre, oscuro, así la noche es.
Como ella, verde, blanco, temible como lo blanco, antiguo como el azul.
Horizontal como un libro que se despierta.
A la espalda con nombres, con líneas,
con pedazos de tierra, largo de viento.

Vocales en los bolsillos,
que se prolonga, que está lejos aún.

¡Noche!, ¡Noche!,
tiene los ojos para volver,
la espalda adentro, termina donde el frescor y vuelve a empezar por la izquierda,
tan alto en ella.

Vuelves a ser vereda, hueco profundo, ancianidad. Monte.
El río que apresa los relojes,
el techo bajo los ojos.









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martes, 10 de abril de 2012

La Luz Amarilla II, "Las Noches".







La Luz Amarilla, II 


Las Noches























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La Luz Amarilla (II) 

Las Noches








Las noches del verano se dividían según la clase de misterios que se escondían en la maleta, según los dos caminos elegidos para volver, según los sonidos de las lechuzas o de los grillos, según lo que tardase el agua en alzarse, o si al caer, se deshacía contra las piedras; según a qué distancia mis dedos fueran abandonando estas palabras en la dureza o en la humedad de la pared.

El agua no presenciaba ninguno de los trajines desde la engalanada cocina hasta el cercano dormitorio, el agua se mantenía afuera como sabiendo que con su sola existencia habría de llegar hasta aquí. Los objetos causantes de la emoción iban saliendo de dos en cuatro o de uno en uno, según con qué importancia mi madre los quisiera nombrar, concediéndoles a todos ellos significados tales que me sirviesen a mí para verificar la realidad de los sueños. Nada hacía posible presagiar ningún derrumbamiento, todo el cansancio recaía en ese ir y venir mientras mi abuela preparaba la cena. Algunas anotaciones de al pasar según por qué caminos, bien esquivando a la gente o yendo de lleno a detenernos en mitad de sus tranquilas ceremonias, algo que continuaría al día siguiente a plena luz, durando el resto del verano.

La luz de aquella habitación proponía delante del espejo del armario la más fantástica organización de las horas, la luz podía ser amarilla como la lámpara o amarilla como el sol, esa era la duración de los días o de las noches; yo siempre tenía prisa por salir aunque salir no fuera necesario porque ya lo presente y lo distante se habían confabulado en amarillos como el color del tiempo.

Uso palabras, sí, uso palabras y con ellas convoco hasta los actos más pequeños, la eternidad bajo la que lo amado no se termina, incorruptible ante las formas o la resina del olvido. Lugares hechos de minuciosos asuntos sin importancia, casi ridículos.

No se agotaron ni la humedad de tanto estar volcándose en el suelo ni la fisonomía de las piedras amontonadas bajo los pies. No se ha cansado el pilón de servirle de cita igual a los domingos soleados que a las campanas contundentemente llamando a fuego. Vuelve y revuelve subiendo por las escalinatas hacia la picorota o mirándose desde la cruz, dos, tres cruces a lo largo del atrio. Lo que discurre entre los acertijos del río de la calle embarrada o sutilmente teniéndola que saltar, es la mismísima masa de los días, de aquello de lo que se compone estar o no estar adentro de una vida. Las noches tuvieron la cualidad de guardar todo eso.











miércoles, 9 de noviembre de 2011

La Luz AMarilla I, "Cuerdas"






Cuerdas















         Estuve mucho tiempo esperando, regresando despacio, muy despacio, con las manos colgando de los brazos y la cabeza en cierto modo inclinada hacia el lado que el pelo me quería llevar. Había siempre algo que se me iluminaba cada vez que, cuando la noche llegaba, se ocultaba la luz. No distinguía bien los días de los años, los meses de las semanas, los ojos del horizonte. La mancha negra de las nubes me parecía un río al anochecer, los brazos los llevaba como si fuesen cuerdas con las que se podrían atar los días del verano.


Esperaba la vuelta como se esperan las sorpresas, como se desenvuelven los corazones atados, no se agotaban nunca los comienzos mientras yo regresaba.


Volver era como el color amarillo. El trayecto de vuelta no eran los envoltorios anunciados hacía tan poco a la hora de esperar, el día entero se organizaba siguiendo los matices de todo lo que caía entre la letra uve y las hojas de papel ocres, transparentes, a media sombra, del color de las uvas o el vino o tal vez otra vez amarillas.

Me sentaba a esperar entre los manillares, me ponía de pie para esperar. Llegaba el amor amontonado, igual por la carretera que por los cuencos de barro, anticipado y con las puertas entornadas; las piedras frescas le salían a recibir con sandalias, con manojos de ramilletes blancos, de ramilletes verdes, con todos los ramilletes encapsulados en el pecho.
Bajábamos por detrás, por donde era tan lento llegar hasta las nueve para sentir cómo se oscurecían las casas en las que las mujeres preparaban el ritual de la leña y del fuego.


La luna nos disolvía cerca de la explanada donde una fuente no dejaría nunca de verter misteriosas palabras.







"Cuerdas"

(VÍDEO MODIFICADO)















LES SYLPHIDES, Music: Frédéric Chopin Choreography: Mikhail Fokine